Nos llaman los pollos
...Y en Tijuana bajé a Tecate, entré por Tecate y
en Tecate, íbamos como ocho personas, que les llaman los pollos ¿no?, nos
llaman los pollos, y recuerdo que íbamos en un autobús hacia Tecate y nos dice
el coyote “a mí no me conocen, ‘onde yo me baje ustedes más adelantito se
bajan, a mí no me metan en sus broncas, no’más síganme”… me bajé en Tecate,
caminamos como cuatro horas, nos bajamos y caminamos como cuatro horas en la
terracería para las montañas y fue muy pesado esas cuatro horas porque yo dije
bueno no creo aguantar tantas horas y todavía lo que falta, pero era el más
cansado de todos yo, porque los otros eran este… pues no sé si estaban
acostumbrados a caminar o los trabajos pesados, pero yo nunca estuve acostumbrado
a los trabajos pesados y eso me cansó mucho. Y me vieron bien cansado y me
decían “hey, pinche chilango, camínale, ¿ya te cansastes?”… pero el miedo de no
regresarme esas cuatro horas y la ilusión de poder brincar a los Estados Unidos
¿no?, al gabacho, al sueño americano, eso me ayudaba a seguir adelante, a no
caerme y pus la necesidad de mandarle a mi madre y mis hermanos, porque dependían
de mí… Estuvimos… no pudimos cruzar, no pudimos cruzar esa noche, fue un lunes
y nos quedamos ahí a dormir en las montañas, esperando que hicieran el cambio
de migración a las 12:00 de la noche para ver si podíamos cruzar, pero como los
desgraciados tienen un helicóptero, cada 20 minutos pasa por la frontera con
una lucesota y no tienes que mirar hacia arriba porque los ojos te brillan y
ahí saben que ahí están los pollos, los ilegales. Entonces ellos avisan aquí
hay tantos y no cambian de guardia hasta que esos güeyes no se vayan, entonces
duré una semana, una semana en las montañas y no cruzamos, no se menearon,
hacían el cambio, pero lo hacían ahí mismo. De ocho pollos se fueron dos,
porque ellos pensaban que ese coyote no servía, “no, tú no sirves, tú no sabes,
otros ya nos hubieran cruzado”, y pus yo sin dinero me tenía que esperar ahí
con ellos. Entonces, se le prende el foco al coyote y nos dice “hey, vámonos a
la otra montaña, y en esa montaña nos vamos a quitar los zapatos y nos vamos a
bajar los pantalones para que no queden las huellas de los dedos o de los
tenis”, con el pantalón se quedaba más o menos la tierra al nivel, porque los
de migración, cuando pisas quedan las huellas, y cuentan cuántos zapatos son y
ya saben cuántas personas van, entonces cuando te bajas los pantalones el
pantalón no te deja marcar bien los dedos del pie, ahí fue cuando pudimos
cruzar, como a las dos de la mañana cruzamos. De ahí fue cuando comenzó lo más
duro, caminamos de las dos de la mañana, llevábamos una semana ahí en las
montañas, hasta el último se le ocurre a este güey subirnos a la otra montaña y
cruzarnos así, pero pues ya te imaginarás, toda la semana… yo traía cuatro
botellas de dos litros de coca-cola, cuatro en un morral y traía atún, traía
bastantes latas de atún, pero como estuvimos esa semana pues casi nos las
acabamos y a mí me quedó una, una lata y cuatro botellas, de esas cuatro
botellas te dicen los coyotes “no tomes tanta agua porque después te va a hacer
falta”, entonces te la tomas de a traguito, pero pues uno se confía porque
dices “llevo cuatro botellas de dos litros”, dices “no, sí la hago”, pues
empezamos a caminar, cruzamos, les ganamos a migración, caminamos, a las dos de
la mañana cruzamos, les ganamos a las dos de la mañana. A las siete de la
mañana ‘uta yo estaba cansadísimo, me ardían las piernas y apenas llevaba un
día y conforme vas caminando pues el morral, con el cansancio, te pesan, las
piernas te arden, los dedos se te empiezan a abrir de que estás camine, de que
vas bajando, de que el pollo de enfrente va jalando las ramas y cuando él
camina las ramas se regresan, entonces tienes que ir así, del otro güey que va
enfrente, no te golpee con las ramas, con el miedo de que te vaya a salir una
víbora y te pique y hasta ahí llegaste. El chiste es que llevábamos tres días
caminando, yo me deshice de dos botellas de dos litros de coca-cola y me
quedaron dos, las tiré porque ya no aguantaba el peso, yo decía “con este peso
no voy a poder, no voy a poder, ya me están doliendo las piernas”, las tiré y
seguimos caminando. Ves mucha ropa de hombres, ves cruces, ves mucha ropa
interior de mujer, que dices chale, ves un chingo de ropa de mujer y les
preguntas “hey, qué onda con esa ropa”, “no güey pus aquí se echaron a una
muchacha güey o a una señora, mira hasta la ropa interior le quitaron” o sea
dices chale, te llenas bastante de miedo por muchas cosas, porque no te vayan a
asaltar en el cerro… Bueno pues ya casi iban a ser dos semanas y cuando iban a
ser dos semanas llegamos a un punto donde nos salió migración y nos dicen que
nos detengamos y todos corren, todos corrieron para su lugar, o sea para
esconderse, entonces nos metemos en unos arbustos como con espinas, como unas
ramas filosas y ahí ya no pudieron correr ellos, entonces nos reunimos “¿qué
onda, a quién agarraron?” “no pus no sé, falta el otro guatemalteco y el
salvadoreño… no pus aquí estamos todos”… en eso, estábamos esperando al coyote
“híjole, ¿agarraron al coyote?, no pus no creo”, lo esperamos como seis horas
ahí y pus yo ya nomás traía dos botellas pero una la traía ya a la mitad… dice
uno, pues yo más o menos sé, vamos a seguirnos por acá, pues le hicimos caso y
el coyote después de seis horas no llegó, caminamos, con mucha sed, cansancio,
los dedos ya con grietas de sangre de caminar ya casi dos semanas, mal comido,
con poquita agua porque pues te da miedo que te vayas a deshidratar, te da
miedo que te vayas a quedar sin agua y luego qué haces… caminamos y yo
presentía que el que nos estaba guiando estaba dando vueltas en círculo y como
fui el que me atreví a decirle “hey, sabes qué, tú no sabes ni dónde estamos”,
entonces empezó a ponerse agresivo y dijo “bueno, sabes qué chilango, tú no me
sigas y el que me quiera seguir que me siga y el que no que cada quien agarre
por su lado”… otro muchacho le dijo “no, yo sí te sigo, se ve que tú si sabes”
y se fueron, se fueron dos y los otros dos muchachos “bueno, pues nosotros le
vamos a dar por allá”, pero mi orgullo no me dejó decirles “sabes qué, yo tengo
miedo, estoy solo y deja me voy con ustedes”… te estoy hablando de que los
primeros que se fueron ya llevaban como una hora y media, dos horas de que se
habían ido y me quedé sentado como a la una de la tarde y ese miedo, el orgullo
que tenía no me dejó decirles “me voy con ustedes, no sean así”, les dije “sí,
váyanse, se van a peder”, se fueron y como a la media hora me arrepentí porque
me quedé solo en el cerro. Los empecé a buscar, les empecé a gritar y… nadie,
nadie… si me escucharon no quisieron regresar por mí. Llegué a un momento en el
que empiezas a regresar toda tu vida y dices chale, para qué me vine, para qué
si allá estaba bien con mi mamá, por lo menos frijoles teníamos y aquí no sé si
voy a sobrevivir, tengo un chingo de miedo, yo no sé andar en el campo, uno es
de ciudad, uno nunca ha visto una pinche tarántula ahí cercas, una serpiente…
con mucho miedo y empecé a gritar de desesperación “auxilio”, empecé a correr,
disque yo a regresarme para ver si me encontraba migración, yo lo que quería es
que me agarrara migración y cuál, no, ni la migración ni me escuchaban cuando
yo decía auxilio, nadie, llorando...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario